Cuando el coronavirus irrumpió en mi vida, mi mundo exterior e interior tomó unos derroteros que no hubiera imaginado. Los primeros días al ser consciente de su existencia tuve un poco de miedo, pero como la obligación de atender a mis padres era imperiosa, la realicé sin pensar demasiado y confiando en el control de la pandemia.

Fueron unos meses de duelo por la separación de mi pareja y vivencias intensísimas por la grave y larga situación del estado de salud de mi padre; días de adiós, de reflexión al costado de su cama, observando la extrema delgadez de sus manos, de su rostro y el sufrimiento que me llegaba a través de sus alaridos intermitentes. 

Durante los últimos días los pasillos de la Residencia estaban vacíos y finalmente no nos permitieron las visitas. Me despedí de mi padre. Cada día lo hacía saliendo con mi alma encogida, pensando si, a pesar de su pérdida de consciencia, podría estar sufriendo.

Figura 1. “Espacio Vital. Espacio del corazón” María Raquel Bartolomé Gutiérrez

Por temas médicos me desplacé a Barcelona y allí me pilló el confinamiento. Mi viaje tenía previsto durar cuatro días, incluyendo un reencuentro con mi pareja, y finalmente estuve tres meses encerrada en 40 metros cuadrados por la vigencia del estado de alarma. 

Cada día daba gracias por tener lo necesario para esta situación y por sentir que mi cuerpo se adaptaba, e incluso buscaba este estado de aislamiento, de silencio. Ni un ruido de coche, ni de personas en la calle. Hasta el ascensor del vecindario cesó su actividad. Sólo los ladridos de un par de perros que tenían que viajar desde una perrera a Holanda para su adopción alteraron la calma de esos días. Así, nuestra vecina, voluntaria en estos temas, se hizo cargo de ellos, y nosotros nos adaptamos a sus aullidos cuando su cuidadora acudía al hospital para atender a los pacientes. Comprendimos y nos solidarizamos con sus dos tareas.

Mi taller de arte lo tenía a 600 km cuando más sentía que lo necesitaba, cuando más lo hubiese aprovechado. Comencé a buscar por los armarios de la casa y encontré unos pequeños lienzos, rotuladores y papeles de acuarela. Enfrascada en el rayado de los lienzos, en la lectura y en escribir y grabar poesía para colaborar con otros compañeros de la Asociación Artística Vizcaína y así mitigar la soledad y el miedo que se estaban generando. Esto me ayudó, sobre todo, porque en la primera semana de estar confinados mi padre falleció. Aunque ya lo esperaba no por ello el vacío fue menos vacío. No se pudo realizar funeral. Mi adiós fue en la intimidad de mi soledad. Aún así, pienso que fuimos unos privilegiados, porque falleció a causa de su propia enfermedad degenerativa pudiendo escuchar junto a mi hermana la grabación de nuestras voces familiares momentos antes que la restricción de visitas fuera total, en comparación con las personas afectadas por coronavirus que han sufrido su último adiós en aislamiento y soledad.

Mamá, con demencia senil, pudo estar hasta el último aliento a su lado. Esta situación nos preocupaba mucho y quizás la sabiduría de la naturaleza hizo que su ausencia no fuera cuestionada por ella. Pasar de nuestro contacto diario a sólo comunicación telefónica dió lugar a una disminución cognitiva y emocional a pesar de estar bien atendida. 

Figura 2. “Espacio Vital. ADN” María Raquel Bartolomé Gutiérrez

Mientras tanto permanecíamos en el pequeño apartamento de la costa catalana, a un paso el mar, a un paso la montaña, sin poder salir respetando los criterios de las autoridades sanitarias para proteger nuestra salud. 

En los medios de comunicación la guerra de relatos, cifras, responsabilidades, falsas noticias, posibles tratamientos, ausencia de medios, e intereses contradictorios, nos creaban continuas incertidumbres. Los más afectados por la pandemia seguían siendo los más desfavorecidos social y económicamente, además de los profesionales que actuaron en primera línea, y los internos en muchas residencias que nunca contaron con los medios, recursos sanitarios y  soportes indispensables.

Por las noches, antes de dormir, la lectura compartida de “Don Quijote de la Mancha”.

Durante este tiempo he tomado conciencia del sufrimiento, de la importancia de los trabajos que sirven para cuidar a otros, del miedo, la incertidumbre, la vulnerabilidad; de la privación de contacto, de la importancia de ir despacio. He echado de menos la naturaleza, viajar, contemplar los paisajes y la maravillosa rutina. También valoro mucho más ahora el buen uso de las redes sociales para acompañarnos, compartir nuestras historias y acceder de manera virtual a los diferentes campos de la cultura del arte, gracias a las generosas aportaciones de artistas e instituciones  que de manera altruista nos han mostrado sus creaciones. 

Este bichito ha sido responsable del cierre de todos los museos del mundo y de la anulación o retraso de exposiciones, del cierre de galerías de arte, centros culturales, y de la cancelación de subastas y ferias de arte. Hemos asistido a una paralización generalizada de las actividades artísticas con grave afectación profesional y patrimonial.

Los museos y las galerías de arte también pueden acercar sus colecciones al público de una manera virtual, pero es necesaria una gran calidad en las imágenes de las obras. Aún así no se debe olvidar que la experiencia sensorial produce una mayor respuesta emocional y esta aflorará con la posibilidad de aproximarnos a la obra. 

Durante este período las redes sociales se llenaron de contenidos donde los artistas nos compartían sus composiciones desde sus hogares, o creaban por separado una pieza que conjuntaban luego con otros artistas gracias a las técnicas audiovisuales. Descubrimos personas que animaban a los vecinos desde sus ventanas y balcones con sus canciones, una explosión de ideas afloraba y nuestros teléfonos móviles se sobresaturaban de mensajes.

Mientras el color del cielo se tornaba más azul y la regeneración de la naturaleza tomaba auge al margen del ser humano. Las ciudades colonizadas por especies florales que atraían a los polinizadores, los animales campeaban por las calles de ciudades que les habían arrebatado hace algún tiempo. 

Con todo esto me sentía cada día más consciente de mi vulnerabilidad, y también de mi fortaleza. Necesitaba tomar un rumbo y consideré que este paréntesis era una maravillosa concesión.

Durante los meses anteriores decidí que podía vivir sola y ahora me estaba preguntando si era capaz de vivir acompañada con la persona que compartía todas las horas del día y estados emocionales tan especiales y profundos de mi vida. Me percaté de algo que muchas veces había escuchado: “Nos perdemos en la urgencia y olvidamos lo importante”. Entonces sentí que la calma renacía en mí. 

Por fin tenía tiempo para pensar, sentir, darme cuenta de que estábamos en una tesitura en la cual todos éramos víctimas; para concientizar lo importante de respetar a los seres humanos, pagar impuestos para redistribuir mejor nuestra riqueza y buscar la justicia social, sentía que alguna cosa significativa vendría después de vivir esta etapa tan dura para todo el mundo.

Sería muy oportuno dejar de financiar armas para las cuales hay que fabricar guerras, cuando lo que se necesitan son medios para combatir a este u otros bichitos que pueden hacer tambalear la salud mundial.

Tal como sucedió tras la primera guerra mundial, hoy es posible un cambio considerable en el mundo del arte, una eclosión de movimientos diversos donde aflore  lo que hemos gestado durante todo este tiempo; donde emerjan con más fuerza las semillas que den como fruto un universo más rico y solidario. Y así, de ser necesario, pondríamos el mundo patas arriba con nuestro arte, haciéndole frente al mundo e inspirándonos mutuamente. 

Figura 3. “Espacio Vital. Sentimientos encontrados” María Raquel Bartolomé Gutiérrez

El arte hace aflorar nuestra esencia. Con él nos comunicamos. Transmitimos y recibimos emociones. Evolucionamos como personas. El arte se nutre de la vida, y nuestra vida necesita del arte para ser completa. 

Hemos de reconocer a nuestros artistas en activo, y a otros que nos han precedido y ya no están. Muchos de ellos no han tenido reconocimiento e incluso se encuentran en situaciones de vida muy precarias, pues del arte es muy difícil vivir. El asociacionismo puede favorecer una mejor situación y para ello se necesitan asociaciones reconocidas, con fuerza, dinamismo, abiertas al futuro, que motiven a sus asociados, fomenten la solidaridad entre sus miembros y tengan capacidad para la consecución de recursos.

El mercado del arte on line puede ser un medio adecuado para acercarlo de manera más democrática, cercana y accesible; pero no todos los creadores disponen de la formación y los recursos tecnológicos más imprescindibles.

Es necesario crear múltiples y variados espacios expositivos en centros e instituciones públicas para facilitar soporte y recursos específicos a los artistas no profesionalizados con inquietudes y capacidades para llegar a serlo. Conseguir el acondicionamiento de estos espacios requeriría gestores y mediadores preparados, así como políticas orientadas a la producción y ayudas, con las que se pueda promocionar actividades artísticas de manera amplia y continua. Se trata de crear una oferta importante que redunde en una mayor demanda.

Durante el período de confinamiento desde el 14 de marzo hasta el 21 de junio he podido realizar quince obras plásticas de pequeño formato (cuatro de ellas aquí expuestas), he escrito poesía y prosa, he compartido con otros artistas y personas mis inquietudes emocionales, culturales y artísticas, he sentido de nuevo el aroma del bosque y las olas del mar rompiendo en mi cuerpo, la brisa en mi rostro y la vida cotidiana. He regresado a mi Botxito, a mi maravillosa rutina, a mi casa, a mi estudio, con un nuevo proyecto de vida y con mi pareja de la cual hace meses me estaba separando. Mi vida ha cambiado. Mi Capitán se fue a navegar por el Universo Interestelar y siento que su estrella ilumina mi camino.

Y ahora deseo vivir con los colores de mi vida, ponerlos sobre lienzo y jugar con ellos mientras disfruto del regalo que es vivir.

Figura 4. “Espacio Vital. Tú, Yo y Alegría” María Raquel Bartolomé Gutiérrez